Comentario
El caso polaco ilustraba muy bien la formación imperfecta, con notorias deficiencias, del Estado en construcción. Allí, la Monarquía no llegaría a conseguir el disfrute de una soberanía plena, teniendo pues que compartir el poder con los grupos oligárquicos nobiliarios, viéndose incluso subordinada a éstos en bastantes ocasiones.
Al frente del Reino de Polonia y del gran ducado de Lituania se encontraba, desde hacía algún tiempo, la familia de los Jagellones. Estos dos países que tan íntimamente se hallaban vinculados llegarían a la fusión completa mediante la Unión de Lublin (1569), quedando desde entonces como una sola entidad política, aunque se respetaron las instituciones propias de cada nación. La forma de gobierno era la Monarquía electiva, pero de hecho se fue convirtiendo poco a poco casi en hereditaria, dada la continuidad en el trono de los componentes de esta familia, proceso que se truncaría con la extinción de la dinastía en 1572.
Período clave para la permanencia de los Jagellones en la Corona polaca fue el reinado de Casimiro IV (1447-1492), al que seguirían los muy breves de sus hijos Juan Alberto (1492-1501) y Alejandro (1501-1506), que darían paso a su vez a otros dos de extensa duración, como fueron los de Segismundo I (1506-1548) y Segismundo II Augusto (1548-1572). Desaparecida la dinastía con este último, el hecho propició sucesiones variadas y algo extrañas en comparación con lo que había sido usual hasta entonces. El francés Enrique de Valois (1572-1574) pasaría fugazmente por el trono polaco. Mayor incidencia tendría el mandato de Esteban Bathory (1575-1586), al igual que ocurriría con el conflictivo Gobierno de otro monarca extranjero, Segismundo III Vasa (1587-1632), bajo el cual Polonia estuvo unida a Suecia durante unos años al tener ambas naciones el mismo rey.
Al contrario de lo que estaba ocurriendo en los países de la Europa occidental, donde el engrandecimiento de la Monarquía se producía a costa de la subordinación de la nobleza, junto a otros factores que también la impulsaban, en Lituania-Polonia la relación se invertía, originando un poder aristocrático en alza al que la realeza no sólo no pudo someter, sino con el que además acabó transigiendo en sus desmesuradas aspiraciones de clase. De esta forma la nobleza polaca fue la que en realidad controló el poder (económico, social y por ende político), teniendo la Monarquía que plegarse a sus pretensiones, situación que se manifestaría repetidamente en las reuniones de la Dieta general, desde donde se imponían los sectores oligárquicos y dominantes de la sociedad polaca. Desde finales del siglo XV, esta gran asamblea había quedado integrada por los dos cuerpos que hasta entonces venían actuando separadamente, a saber, el Consejo Real, al que asistían los altos cargos del Gobierno (canciller, mariscal y tesorero), miembros de la Jerarquía eclesiástica y otros destacados dirigentes a título personal, y que se convertiría en el Senado, y el conjunto de los delegados de las asambleas nobiliarias provinciales o dietinas, que formarían la sala de los Nuncios.
Para afirmar todavía más su poder, la nobleza polaca impidió el desarrollo de una burguesía que hubiera podido contrarrestar su dominio, y llevó a los campesinos a una agobiante servidumbre privándoles de libertad de movimiento y recortándoles al máximo cualquier tipo de derechos. El campesinado estaba por lo demás sometido totalmente a la justicia señorial, y su dependencia respecto a los señores era completa. Sustentando su privilegiada situación en los grandes dominios territoriales y en el control del próspero comercio de granos, debilitado el poder de la Monarquía y ausente cualquier contrapeso social, la nobleza pudo convertir al viejo Reino polaco en una especie de república aristocrática con una fachada monárquica de débil consistencia. En el caso polaco, no fue únicamente la siempre minoritaria alta nobleza la beneficiaria de este estado de cosas; también la más numerosa y violenta nobleza inferior, la "szlachta", saldría vencedora en su particular pulso contra el poder central que tímidamente intentaba crear la Monarquía, logrando por otro lado asegurar su privilegiada situación económica al amparo del opresivo régimen señorial.
La preponderancia política nobiliaria fue sustentándose en una serie de concesiones arrancadas a la Corona en diferentes ocasiones. Así, durante el reinado de Alejandro, éste tuvo que promulgar en 1505 el decreto "Nihil Novi", por el que se le concedía a los representantes aristocráticos en la Dieta central el derecho de veto sobre las decisiones de la Corte. De parecida trascendencia fue la renuncia a todo poder efectivo por parte de la Monarquía, hecha en 1573 siendo rey Enrique de Valois, al aceptar los denominados "Pacta Conventa" que significaban entregar el Gobierno a los grupos aristocráticos. Frente al ascenso nobiliario muy poco pudo hacer la Monarquía polaca, a pesar de los esfuerzos para afirmar su presencia realizados durante los reinados de Segismundo I y Segismundo II Augusto. Algo se consiguió en tal sentido con el mandato de Esteban Bathory, pero para entonces el conflicto religioso ya había añadido otros motivos de preocupación a la católica Monarquía polaca, siendo fuente de nuevas tensiones sociales a las que ésta tendría que enfrentarse, optando por defender la causa contrarreformista. A este respecto, siguiendo las líneas apuntadas por Bathory, cuando fue elegido rey de Polonia Segismundo III Vasa, hijo de Juan III de Suecia, el catolicismo saldría ampliamente favorecido. El nuevo monarca gozó de un largo reinado en Polonia (1587-1632), ostentando al mismo tiempo la Corona sueca durante un período menor, de 1592 a 1604, tiempo en el que se daría por tanto la formación de un curioso bloque polaco-sueco, aunque sólo fuera a título de una unión por la figura regia.